Creciendo en libertad
Un lugar en el que hablar de mí crecimiento personal a través de la terapia personal y la crianza de mi pequeño, desde el respeto y la libertad.
lunes, 17 de junio de 2013
jueves, 30 de mayo de 2013
Un baño de amor ...
Quiero compartir este vídeo que me han enviado, es cautivador y evocador de un profundo amor y una gran ternura.
Cuando lo veo me hace sentir en paz, es como volver al vientre de nuestras madres.
lunes, 27 de mayo de 2013
Mi parto inesperado
Escribir el nacer de mi hijo es algo que
me ha supuesto 19 meses; en ese tiempo me he castigado, culpado y resignado lo
suficiente. Ahora quiero compartirlo sin miedo a juzgarme, con la esperanza de
poder ayudar alguien o simplemente le guste un relato ameno, tal vez, es
demasiada pretensión.
Hacia una semana
que había salido de cuentas, era un martes por la noche,
al día siguiente tenía que ir a monitores, a las 4.00 de la
madrugada rompí aguas en la cama. Me levante inquieta al saber que
era el momento, me duche y me vestí como puede, ya que a pesar de todo por mis
piernas seguía cayendo chorros de liquido amniótico, mientras mi
chico preparaba la bolsa de las cosas necesarias para el hospital.
Sentada en el coche me percate de que
estaba teniendo contracciones cada cuatro minutos aproximadamente; estas no
eran nada dolorosas y me tranquilizaba ver que eran constantes pero
no aumentaban de intensidad.
Llegue al hospital Infanta Sofía de
Madrid, que había elegido dentro del sistema público, por llevar a
cabo partos respetados (alguien debería explicarles que es un parto
respetado). Lejos de la realidad empezó una sucesión de
hechos que no esperaba.
Entre en urgencias, me separaron de mi
pareja y me llevaron a monitores; allí me invitaron a ponerme
un camisón tumbarme para examinarme y ponerme las vías intravenosas,
como indica el protocolo en los hospitales, diagnostico: 2 cm de dilatación con
rotura de aguas limpias.
Me llevaron al paritorio donde pude
reunirme con mi pareja, para entonces yo ya estaba de los nervios, verle me
alivió. Vino una auxiliar que me explico que me pondrían un enema para
limpiarme, la idea no me resultaba atractiva pero la vergüenza de que pudiese
vaciar mis intestinos en pleno parto me gustaba menos. Como veréis no
preguntan, explican. Al rato vino la matrona y me puso el goteo, una vez mas no
pregunto, esta vez tampoco explicó; le tuve que preguntar para saber que,
aquella mujer, matrona, había decidido acelerar mi dilatación con oxitocina.
Para entonces habían pasado ya unas tres horas desde que rompí aguas y como podéis
observar las contracciones no eran las protagonistas pero ahora estaban
dispuestas a ganar el Goya, pues en cuestión de minutos la frecuencia, la
intensidad y el dolor era insoportable.
Cuando pienso en ello, me atormenta no
haber sido capaz de parar, de decirle a aquella mujer que NO, no quiero
oxitociana; la conocía, había leído sobre ella, sabía el efecto que tiene sobre
el cuerpo. No fui capaz, sentí miedo, vergüenza, me paralice, me conforme, no pelee (me
enseñaron que pelear es de malos y con los médicos saben más que yo). Y así mi
dolor fue en aumento y no lo soportaba. Pedí la analgesia epidural y me
pusieron la vía para administrarla, el primer bombeo fue un alivio,
suspire y le dije a mi chico, "no he podido yo sola", él me beso y me
acompaño. La matrona me dijo que me tumbará lateralmente y que doblara una
rodilla. Creí que estaba solucionado, solo cabía esperar, que ilusa fui, empezó
mi infierno.
El dolor no desapareció solo se reubicó en
la zona lumbar, me retorcía, lloraba, sentía indefensión ante aquel dolor que
no desaparecía, pedía más y más analgesia, hasta quedarme traspuesta. Perdí la noción
del tiempo, no sentía las contracciones y mi chico me tenía que avisar para
poder empujar, me agotaba no tener el control. Tras tres horas de dilatación máxima
el miedo a acabar en cesaría me invadía. Tras 11 horas en el hospital, llego el
momento de dar a luz, empuje con todas mis fuerzas, mientras un tipo se me subía
en la tripa; un último empujón con la sensación de faltarme el aire y mi peque
salió. Tuvieron el detalle de ponérmelo sobre el pecho inmediatamente, fue lo
más maravilloso.
No es el parto que yo esperaba, ¿fue
natural? Pues no hizo falta la cesaria pero natural tampoco, lo más doloroso es
no haber sentido como nacía, no haber conectado con la mí parte instintiva y
natural. Fue como un ciego en un museo.
viernes, 10 de mayo de 2013
Yo me veo, pero cuando los demás me ven, dejo de verme
"Yo me veo pero cuando los demás
me ven, dejo de verme".
Esta
frase podría resumir muy bien como me siento últimamente y
me atrevería a decir como ha sido toda mi vida. La expresión salió en una
de las sesiones de terapia, y creo que aun intento digerirlo, porque es la
forma más absurda o, tal vez, cruel de boicotearme.
Explico el contexto: en el
último año me he sentido y me siento perdida, concretamente en
el ámbito laboral. La maternidad y mi dedicación a ella exclusiva ha
puesto en un brete mi camino profesional, que sumado a mis
más recónditos diablos de inseguridad, lo hacen casi intransitable.
Es hora de volver al mundo laboral y os puedo asegurar que no
tengo ni idea de hacia dónde ir, por un lado volver a mi trabajo de antes me
produce una enorme inseguridad pero además desde que soy madre me cuestiono
mucho si realmente quiero volver; por otro lado, la maternidad me ha enseñado
una parte de mí que me gusta y a la que me gustaría encaminarme: la
crianza natural. Pero como en todo hay muchas formas: doulas, madres
de día, etc. ¿Donde cuadro yo en todo esto? Ni idea…
En estos momento para mí es muy complejo discernir que
es fantasía y deseo, y por tanto, más difícil aun decidir
hacia dónde ir.
Muchos pensareis en lo
absurdo de la situación pero cuando te has sostenido toda la vida del
reconocimiento externo, cuando lo ves tan claro, todo se complica. Y es aquí
donde aparece el "yo me veo pero
cuando los demás me ven, dejo de verme". La paradoja está
servida en frío tengo una idea pero necesito la aprobación del otro, cuando la
obtengo, ya no vale la idea, ya no me alimenta, me hago chiquitita, lo vivo
como una expectativa sobre mi persona, siento que se me va a juzgar y
eso me angustia, pienso en la decepción del otro, me paro, me bloqueo, y en ese
proceso me olvido de mí.
Me resulta curioso y doloroso ver como esto fluye y aun poniendo
conciencia, siento que no avanzo.
jueves, 9 de mayo de 2013
Jugar con la comida
Antes de nacer mi
hijo tenía claro los beneficios de la experimentación con la comida y
con los utensilios correspondientes (platos, vasos, cucharas...),
podía asegurar que lo llevaría a la práctica cada día, de hecho
no entendía que otras mamas no dejasen a sus hijos comer solos, o que
cuando lo hacían era de forma dirigida y no libre. Pero lo bueno de
la maternidad son los bofetones de realidad que te das; al menos sirven para
bajarnos a la tierra.
La primera vez que
empiezas a dejar a tu hijo frente al plato se le ilumina la cara, empieza el
ritual de meter las manos, dejar caer el puré en gotitas, luego
observar como cae fuera del plato, pintar con él sobre la mesa, pintarse la
cara, dejar caer al suelo, etc. Si lo pensamos fríamente y nos
ponemos es su pellejo debe ser una pasada poder hacerlo, un experiencia brutal
para el niño y casi terapéutico si lo hiciese un adulto.
Pero el proceso del adulto es otro, al menos el mío: algo empieza
a revolverse en las tripas, una sensación extraña, a veces
llega al pecho, dejas de ver la cara de tu hijo y empiezas a pensar en lo
cansada que estas y lo mucho que vas a tener que limpiar, por otro lado ves que
ese rico puré que le has hecho a tu hijo va acabar en el suelo en vez
de en su estomago y ya sabemos cómo nos preocupa el tema de comer a las
madres.
La pregunta es ¿Por qué me pasa esto? Estas situaciones las he
vivido como una incongruencia, entre la teoría y lo que
me removía la práctica. Toda la vida he escuchado mensajes como
"con la comida no se juega", "no ensucies ni te
manches cuando comes", "usa bien los cubiertos..." y aunque a
muchos nos parecen sin importancia no ha sido hasta ahora cuando he visto como
han calado en mí, porque personalmente creo que la dificultad a la hora de
llevar a la práctica algo en lo que creo racionalmente es que yo seguramente no
he tenido esa libertad y me cuesta renunciar a mi aprendizaje más básico.
Por suerte, cuando
somos madres construimos un nuevo aprendizaje, ahora le doy importancia a los
mensajes maternos y paternos en los niños por muy livianos
que parezcan y ahora acepto mi malestar ante el juego con la comida,
esto me ayuda a respirar y dejar experimentar a mi hijo
pero también a no sentirme culpable cuando no lo hago porque se lo
puedo explicar desde mí y no desde el bien y el mal..
jueves, 18 de abril de 2013
¿COMPARTIR O RESPETAR?
Yo quiero que comparta, el quiere jugar...
A menudo ir al parque y relacionarme con otras mamas me resulta bastante duro por el abismo que hay en la manera de intervenir con los peques ante los conflictos, y más cuando la intervención esta mediada por acciones arquetípicas que responden más a salvaguardar la imagen de la madre y no las necesidades del niño. Podría afirmar que la palabra más oída en el parque es "hay que compartir", seguido de una buena regañina y en ocasiones algún castigo u amenaza del tipo "nos vamos a casa", ya que el niño a menudo no quiere compartir. El combate se extiende más o menos en función de la necesidad de la madre porque su hijo comparta y todos lo veamos.
Sinceramente estas situaciones me resultan bastante difíciles de manejar, ya que intento que mi hijo aprenda a respetar los limites sin obviar su necesidad. Cuando mi hijo tiene un juguete y no se lo quiere dejar a otro respeto su deseo y cuando es él quien quiere el juguete le animo a pedirlo y ante la negativa del otro niño, que es lo habitual, acompañarle en su disgusto, claro que si la madre del otro niño se lo arrebata a su hijo y se lo da al mio la cosa se complica.
Me gustaría compartir una anécdota, que sucedió en el grupo de papas y mamas de Pickler al que asistimos todas las semanas, como una propuesta de hacer las cosas diferentes, que no tiene que ser la mejor, ni gustar a todos; simplemente es la mía y en la que yo creo.
Mi hijo tenia un juguete con el que andaba por la sala felizmente ajeno a lo que le iba a suceder; entonces un compañero suyo se acerca y sujeta con su manita ligeramente el juguete, su mama que esta observando la escena se acerca y le comenta que debe pedirle el juguete (este ya hablaba), él así lo hace y mi hijo que aun no habla se lo comunica agarrandose aun más fuerte. Su compañero decide dar un pequeño tirón a través del cual se apodera completamente del objeto deseado; mi hijo que hasta ahora suele evitar el conflicto me mira, se acerca a mí cogiéndome del dedo y señalando el juguete. Esto lo interpreto como la necesidad de mi hijo de que ponga palabras a su deseo y que medie por él. Me acerco a su compañero, le explico que lo tenia él y que no se lo quiere dejar, que por favor se lo devuelva y que tendrá que esperar a que deje de jugar con el. Su madre me acompaña en el discurso añadiendo que si no se lo devuelve tendrá que hacerlo ella; como podéis imaginar así sucede: la madre lo toma, se lo devuelve a mi hijo con el consecuente y lógico enfado su pequeño, el cual es sostenido por su madre con dulces palabras explicativas y el cobijo del pecho. Mi hijo se queda observando la escena de su compañero llorando mientras sujeta de nuevo el juguete; le explico que esta llorando porque quería el juguete. Le animo a que siga jugando y cuando se canse se lo de; mi hijo continua con su juego.
Al rato cuando ya se ha cansado suelta el juguete, es entonces cuando se queda unos segundos observándolo en el suelo, pensativo, hasta que se da la vuelta, se acerca a su compañero que sigue en el regazo de su madre y le toca el hombro; su compi le mira y él le señala el juguete. Este se levanta ávido de cogerlo y mi hijo continua a lo suyo con otra cosa.
Personalmente me parece una manera muy bonita de resolver un conflicto muy común.
lunes, 15 de abril de 2013
MI SILLA VACÍA.
¿Qué
es la silla vacía? No puedo, ni quiero hacer
una aproximación teórica de lo que es, sino que me interesa más
hablar de la silla vacía desde mi experiencia dentro de mi
proceso personal y mi terapia.
En algunas sesiones y ante algunos temas que me inquietan o en los
que ando bloqueada (aunque no conozco el criterio exacto), mi terapeuta se
levanta de su silla para sentarse en una tercera dejando frente a mí un
espacio vació, una silla, un lugar que pronto estará ocupado.
En ese momento me invita a expresar, entablar un dialogo con esa inquietud,
es entonces cuando pienso y digo: no sé hacerlo, lo voy hacer mal;
para acabar pensando en: qué vergüenza que tengo que hablar sola.
Titubeo un rato, mis primeras palabras son bajitas hasta que
el vació de enfrente cobra sentido, toma forma, suele aparecer una
parte de mí, a veces es abstracto otras es más clara. Con cautela aun, se me
invita a sentarme al otro lado y contestar a esas primeras palabras temerosas,
es aquí cuando siento que todo empieza a fluir, ya me da
menos vergüenza y las palabras salen solas sin mucha elaboración en
mi cabeza; es como una parte más irracional. Esto me da paso a volver a mi
silla anterior la que ocupo todas las semanas pero ahora está más relajada
dentro del dialogo y puede conversar. A menudo se establece en mí una polaridad
de la que suelo asustarme por ver un lado muy tirano conmigo, bastante
desconocido hasta ahora, y una niña que reclama atención y mimos. Mi
niña quiere ser espontanea, egoísta juguetona, incluso picara, por
no decir un poco "hija puta"; pero la que se sienta cada semana
dice, No, has de ser buena niña, caer bien, gustar, amable, sufrida,
sacrificada si quieres que te quieran. Podéis imaginar cómo se siente
la niña, como todo niño, anhela que la quieran; ¿quién gana la
batalla?
Hace muchos años la batalla no existía porque a esa niña
no se la dejaba hablar, ahora no importa quién gana, ahora importa que la niña
habla, se queja y patalea, como cuando veo a mi hijo o un niño con la rabieta.
Mi silla más dura.
Tal vez os resulte extraño tanto como lo fue para mí. Tengo terror
a morir y donde más se esclarece esto es en mi miedo a volar, es irracional, no
atiende a argumentos, es la situación en la que mi mente no puede
escapar a su mundo de fantasía y tiene que reconocerse como
mortal.
Este miedo me llevo a dialogar, en la silla vacía, con la muerte, os
parecerá tan extraño como a mí pero, enfrente tenía ni más ni menos que a la
parca negra. Pasmosamente esta no fue como yo creía, apenas me prestó atención en
el dialogo y se partió de risa; lo curioso es que esa figura abstracta de la
muerte no dejaba de ser yo misma, lo que me permitió escuchar una parte de mí
que no había querido oír.
domingo, 14 de abril de 2013
El Castañar del Tiemblo
Empezamos esta sección con una escapada a Ávila, concretamente al Castañar del Tiemblo. Es la primera salida en furgoneta del año y hemos aprovechado que por fin se asoma el buen tiempo para salir, además es el segundo año de Samuel como rutero y ahora que no es tan bebe, no sabia como iba a llevar el tema de las noches, lo que me tenia bastante nerviosa a la par que ilusionada.
Llegamos el sábado sobre las 17h al area recreativa del Castañar donde pasaríamos noche; decidimos explorar la zona un poco, aunque al paso de un niño no pudimos explorar mas de quinientos metros. Pero que metros; es increíble como se puede disfrutar de nuevo de todo, cuando ves el asombro de un niño a cada paso: las hojas, las piedras, el musgo, las vacas, el río, un puente, etc.
Al anochecer hicimos una sopita rica con nuestra cocinita, montamos la camita en la furgoneta y a dormir, muy tranquilos y aunque refrescó por la noche no pasamos frío y el peque durmió la mar de bien.
A la mañana siguiente nos despertó Samu con ganas de conducir, sin perder tiempo se fue corriendo al volante y nos hizo una ruta por su imaginación fantástica, la pena es que no podíamos entender sus explicaciones, estaba emocionado tocando las luces, los limpia, etc.
Ya desayunados no pusimos a realizar nuestra ruta: sale del área recreativa hasta una fuente donde se bifurca el camino, nosotros tomamos el de la derecha hasta llegar a un refugio donde Samu pudo investigar un poco, mas adelante encontramos un castaño, llamado el abuelo, es un gran tronco de cientos de años hueco por dentro que se mantiene vivo a través de sus hijos, espectacular.
Seguimos las ruta dejando el río a mano derecha con más caudal del que tenia abajo y pasamos por unas laderas hasta otro punto donde el camino se divide en dos, el del la derecha atraviesa un puente y el de la izquierda, que es el que tomamos nosotros que asciende ligeramente y traza un circulo hasta dejar el río, no sin antes parar a tirar barquitos al agua y de casi perder la cantimplora cuando Samu quiso comprobar si también flotaba.
Finalmente volvimos al punto de partida.
Es una ruta muy fácil de hacer con niños, y muy bonita en primavera y otoño. Además esta tan cerca que no necesitas pasar noche siempre puedes volver a casa.
Lo más increíble es el cielo nocturno, rodeado de laderas sin apenas luz de las ciudades, se ven muchas estrellas.
viernes, 12 de abril de 2013
MUY BIEN... ¡MIERDA!
De lo poco que he leído hasta ahora sobre crianza y educación, nada me ha llamado más la atención que el articulo de Alfie Kohn llamado: Cinco Razones para Dejar de Decir “¡Muy Bien!”.
Antes de nacer mi hijo tenia claro que el castigo era algo que no iba conmigo pero veía el refuerzo positivo a través del elogio como algo normal, aconsejable, y por supuesto, no me planteaba que implicaciones podía tener esta práctica en la vida posterior.
Lo que más me impactó fue verme reflejada en mi día a día, mis miedos e inseguridades, en ese articulo y la dependencia que tengo hacia el elogio y el reconocimiento. Si de algo estoy convencida es que a través de mi hijo me descubro a mí misma y de la necesidad que tengo de reeducarme.
Sobre el articulo quiero hacer un pequeño resumen de lo que yo he integrado en mí desde mi experiencia y opinión, por eso espero que no se tenga en cuenta con rigor científico e invite a todos a consultar y leer el articulo, así, cada lector ppdrá formarse su propia conclusión.
1. Manipulando a los niños.
"parecido a las recompensas tangibles – o, para el propósito, castigos – es una forma de hacer algo a los niños para conseguir que ellos cumplan con nuestros deseos. Puede ser efectivo en producir estos resultados (al menos por un tiempo), pero es muy diferente a trabajar con los niños – por ejemplo, entablar una conversación con ellos a cerca de qué es lo que hace a una clase (o a una familia) funcionar sin problemas, o cómo otras personas son afectadas por lo que hemos hecho – o dejado de hacer. Este último enfoque no solo que es más respetuoso si no que no es efectivo para ayudar a los niños a convertirse en personas reflexivas. "
Nunca me había planteado el "Muy Bien" como una manipulación, esta demasiado integrado en nuestro día a día. Pero sí es cierto que cuando empecé a tomar conciencia de las veces que le decía a mi hijo muy bien, veía cada vez más clara mi necesidad práctica, y menos presente la emocional de mi hijo. Este punto me hizo pensar...
2. Creamos necesidad en los niños de elogio.
"En lugar de aumentar la auto estima de un niño, los elogiados pueden incrementar su dependencia hacia nosotros. Mientras más decimos “Me gusta la forma en que tú....” o “Muy bien hecho...”, incrementa la dependencia de los niños hacia nuestras evaluaciones, nuestras decisiones acerca de lo que está bien y mal, en lugar de aprender de sus propios juicios".
Este punto personalmente me cayó como una losa, no sé si de pequeña me elogiaron mucho o poco, no lo recuerdo, pero cuando lo leí vi parte de mi y de mis necesidades habituales en la relación con los otros.
3. Robando el placer de un niño.
"Aparte del problema de dependencia, un niño merece disfrutar de sus logros, sentirse orgulloso de lo que ha aprendido a hacer. También merece decidir cuándo sentirse de tal o cual forma. Pero, cada vez que decimos, “¡Muy bien!”, le estamos diciendo al niño cómo sentirse (...)“¡Muy bien!” es una evaluación tanto como lo es “¡Mal hecho!”.
Es entonces cuando comprendí lo importante de tomar nota y estar atento a como abordar los logros de nuestros hijos.
4. Crea perdida de interés, y 5. Disminución del desempeño
"mientras más recompensamos a la gente por hacer algo, más tiende a perder el interés por cualquier cosa que deban hacer para obtener recompensas. Ahora el punto no es dibujar, leer, pensar, crear – el punto es tener el regalo, sea este un helado, un sticker o un “¡Muy bien!”.
La cuestión es que aunque motivemos la acción lo que motivamos es la recompensa que es el propio elogio.
"...los elogios crean una presión de “continuar el buen trabajo”, llegando a interponerse en el camino de lograrlo. En parte porque su interés en lo que hacen puede disminuir. En parte porque ellos se vuelven menos propensos a tomar riesgos – un prerrequisito para la creatividad- una vez que comienzan a pensar sobre cómo hacer que esos comentarios positivos continúen viniendo."
Ahora os cuento mi realidad: me encantaría decir que ya no elogio a mi hijo, pero no, ahora lo elogio y además, lo acompaño de una expresión mal sonante "Muy bien...¡Mierda!", sí amigos, le pongo interés pero se me escapa, aunque cada vez menos.
Al principio era automático, luego es porque pensaba en lo fría que era si no le decía nada y eso me hacia sentir culpable. Ahora si consigo contenerme le devuelvo lo que ha hecho y le pregunto si le gusto, le resulto divertido, etc; si no me contengo, solo digo: "Muy bien...¡Mierda!"
martes, 9 de abril de 2013
VIDA Y MUERTE; Desde lo natural
A mi tía Fernanda...
Esta semana perdí a mi tía, tenía 61 años, una enfermedad degenerativa se la llevó. A pesar de su juventud y del dolor, en este caso la muerte la viví como un mal menor tras meses de una reducción considerable de su calidad de vida y una agonía final en el hospital.
Decidí desde la conciencia más absoluta que quería que mi hijo fuese al tanatorio y al entierro, a sabiendas de que despertaría ciertos juicios, los más allegados me lo hicieron saber, los menos, nos los hicieron llegar con sus miradas: "pero hija, este no es sitio para los niños". Claro que no es un sitio para niños, no le llevo todos los días a mi hijo a visitar uno, como si fuese un parque infantil, es un sitio donde están sus padres, abuelos, tíos y más familia despidiéndose de su ser querido; "se va asustar si ve a tanta gente triste y llorando", en este caso, no sé quien se asusta más, si los niños por ver a alguien llorar o los mayores que se sienten vulnerables ante los niños. Es de sentido común que un entorno donde las muertes son constantes como los conflictos militares no es lo más apropiado para un niño, pero este no es el caso.
Considere importante que mi hijo viviese esto con la naturalidad que a mí no me enseñaron, algo que arrastro en mi día a día de forma más evidente de la que me gustaría y digo naturalidad porque creo que un niño puede ver que perdemos a los seres queridos, que esto nos produce dolor, tristeza, llanto, y que con el tiempo seguimos con nuestra vida, volvemos a sonreír y a vivir .
Nuestros hijos también lloran, están tristes y les duelen cosas. Además, vivir la muerte como parte de la vida es una forma de aprender que debemos estar en el ahora y eso es algo que nuestros hijos nos lo enseñan a diario, mientras como dice mi terapeuta los que tenemos miedo a morir, tenemos miedo a vivir.
Intente explicar porque creía importante que estuviese allí pero de poco sirvió, si algo estoy aprendiendo es que oír no es lo mismo que escuchar. No seguí intentando explicarme, y decidí no escuchar para centrarme en despedirme de mi tía y en poder explicar a mi hijo cuando me veía llorar que "mama esta triste".
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