Escribir el nacer de mi hijo es algo que
me ha supuesto 19 meses; en ese tiempo me he castigado, culpado y resignado lo
suficiente. Ahora quiero compartirlo sin miedo a juzgarme, con la esperanza de
poder ayudar alguien o simplemente le guste un relato ameno, tal vez, es
demasiada pretensión.
Hacia una semana
que había salido de cuentas, era un martes por la noche,
al día siguiente tenía que ir a monitores, a las 4.00 de la
madrugada rompí aguas en la cama. Me levante inquieta al saber que
era el momento, me duche y me vestí como puede, ya que a pesar de todo por mis
piernas seguía cayendo chorros de liquido amniótico, mientras mi
chico preparaba la bolsa de las cosas necesarias para el hospital.
Sentada en el coche me percate de que
estaba teniendo contracciones cada cuatro minutos aproximadamente; estas no
eran nada dolorosas y me tranquilizaba ver que eran constantes pero
no aumentaban de intensidad.
Llegue al hospital Infanta Sofía de
Madrid, que había elegido dentro del sistema público, por llevar a
cabo partos respetados (alguien debería explicarles que es un parto
respetado). Lejos de la realidad empezó una sucesión de
hechos que no esperaba.
Entre en urgencias, me separaron de mi
pareja y me llevaron a monitores; allí me invitaron a ponerme
un camisón tumbarme para examinarme y ponerme las vías intravenosas,
como indica el protocolo en los hospitales, diagnostico: 2 cm de dilatación con
rotura de aguas limpias.
Me llevaron al paritorio donde pude
reunirme con mi pareja, para entonces yo ya estaba de los nervios, verle me
alivió. Vino una auxiliar que me explico que me pondrían un enema para
limpiarme, la idea no me resultaba atractiva pero la vergüenza de que pudiese
vaciar mis intestinos en pleno parto me gustaba menos. Como veréis no
preguntan, explican. Al rato vino la matrona y me puso el goteo, una vez mas no
pregunto, esta vez tampoco explicó; le tuve que preguntar para saber que,
aquella mujer, matrona, había decidido acelerar mi dilatación con oxitocina.
Para entonces habían pasado ya unas tres horas desde que rompí aguas y como podéis
observar las contracciones no eran las protagonistas pero ahora estaban
dispuestas a ganar el Goya, pues en cuestión de minutos la frecuencia, la
intensidad y el dolor era insoportable.
Cuando pienso en ello, me atormenta no
haber sido capaz de parar, de decirle a aquella mujer que NO, no quiero
oxitociana; la conocía, había leído sobre ella, sabía el efecto que tiene sobre
el cuerpo. No fui capaz, sentí miedo, vergüenza, me paralice, me conforme, no pelee (me
enseñaron que pelear es de malos y con los médicos saben más que yo). Y así mi
dolor fue en aumento y no lo soportaba. Pedí la analgesia epidural y me
pusieron la vía para administrarla, el primer bombeo fue un alivio,
suspire y le dije a mi chico, "no he podido yo sola", él me beso y me
acompaño. La matrona me dijo que me tumbará lateralmente y que doblara una
rodilla. Creí que estaba solucionado, solo cabía esperar, que ilusa fui, empezó
mi infierno.
El dolor no desapareció solo se reubicó en
la zona lumbar, me retorcía, lloraba, sentía indefensión ante aquel dolor que
no desaparecía, pedía más y más analgesia, hasta quedarme traspuesta. Perdí la noción
del tiempo, no sentía las contracciones y mi chico me tenía que avisar para
poder empujar, me agotaba no tener el control. Tras tres horas de dilatación máxima
el miedo a acabar en cesaría me invadía. Tras 11 horas en el hospital, llego el
momento de dar a luz, empuje con todas mis fuerzas, mientras un tipo se me subía
en la tripa; un último empujón con la sensación de faltarme el aire y mi peque
salió. Tuvieron el detalle de ponérmelo sobre el pecho inmediatamente, fue lo
más maravilloso.
No es el parto que yo esperaba, ¿fue
natural? Pues no hizo falta la cesaria pero natural tampoco, lo más doloroso es
no haber sentido como nacía, no haber conectado con la mí parte instintiva y
natural. Fue como un ciego en un museo.
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